lunes, enero 08, 2007

Y al alba me dejó

La brisa me trae el aroma a sal y vida del Mediterráneo, mientras acaricia mi mejilla con su fresco beso. Otro ósculo en mi hombro derecho despierta mi atención. Miro y la veo a ella, torciendo graciosamente la cabeza hacia un lado, con una mirada dulce a la par que pícara. Por un instante el viento arrecia no más que un átimo, haciendo que caiga un mechón rebelde frente a su rostro, como si quisiera Eolo ocultármelo con un visillo. Se lo aparto sutilmente. El marco es incomparable - una playa desierta en la Costa del Sol, justo después del amanecer - y la tácita invitación de sus ojos entrecerrados ante los míos no ofrece dudas, así que alzo su mentón y la beso...

¡Mierda, el despertador! Para un día que puedo dormir hasta tarde, se me olvidó desconectarlo anoche. Bueno, por lo menos me despierto con ella a mi lado... ¡Qué coño; si no está! Joder, pues estará en el baño... Ah, pues no. ¿En la cocina? ¿en el salón? Tampoco. ¿Qué es esto? Una nota... "Sé que la despedida es breve y el medio elegido, impropio, pero aunque abrazada a ti he dormido segura, debo volver cuanto antes a su lado. Y sé que es duro, porque para estar con él debor renunciar a ti, pero es mejor así, pues él es más importante que tú. Lo siento".

Con sus palabras rondándome el pensamiento, me aseo y me visto apresuradamente. Podría pensarse que me guiaba la sinrazón, pero no era así: sabía dónde debía ir, pues aquel otro era alguien ya conocido por mí y no ignoraba dónde encontrarles.
¿Me podían los celos? Supongo. Pero tampoco tenía motivos para ello ¿o sí?

Tratando de no pensar en exceso, salí del metro, y me recibió el saludo de las bocinas y el tráfico rodado. El edificio no distaba mucho de allí.
Sabía que yo allí no pintaba nada, pero tenía que ir.

Entré por la puerta principal sin dar explicaciones a la diligente joven que, tras un mostrador, se afanaba por registrar algo en su ordenador. Mientras subía en el ascensor, planeaba mis últimos pasos antes de reencontrarme con ella "Pasillo de la derecha, habitación 305...., no, no, la 306. Eso, habitación 306".
Mi mente, en un gesto de autónoma desconsideración, insistía en una pregunta "¿Nunca te has planteado de forma racional por qué la quieres tanto?".
Y con el eco de ese planteamiento llegué a la puerta de la estancia "... la quieres tanto?.... la quieres tanto?...", y allí la encontré.......................................................................................

....velando quedamente el coma de su padre, en el cual él llevaba inmerso desde aquel aparatoso accidente en la M-40, sobre el blanco aséptico de aquella cama hospitalaria del 12 de Octubre...

Y repliqué a la voz de mi psique "¿De verdad tengo que explicarte por qué le quiero? Es más, ¿no alcanzas a comprender por qué la adoro? Si es así, me río yo de tu racionalidad".
Y, como leyendo, mis pensamientos, ella levantó la mirada y me sonrió, sin poder disimular en su gesto la tristeza infinita que le embargaba.